

“Es muy sencillo. Yo le digo: ‘Mira, Toño, cada vez que te llega el balón lo tenemos nosotros. ¿Verdad?’ ‘Sí’. ‘Pues cada vez que le pegas para arriba, ¿de quién es el balón?’ ‘Pues no lo sé’. ‘¿A que tampoco sabes cuál es el balón que te va a costar el partido y cuál el que te va a hacer ganar? Entonces cuidaremos todos los balones que tengamos’. ‘¿Pero y si fallo el pase?’ ‘Ese es un riesgo que tenemos que correr. Los partidos se pierden de cualquier manera. Es más: se pierden más regalando balones con pelotazos largos que perdiéndolos por un pase mal dado. Porque si tú miras el cómputo general del año los goles que nos hacen por errores nuestros en la salida del balón no son ni el 5% de los goles que recibimos. Cometemos unos siete errores en el año y nos cuestan tres o cuatro goles. No es una cantidad como para que nos planteemos que esto nos está llevando a la ruina”
“Cuando tu equipo tiene el balón debes hacer todo lo que puedas para que te lo den a ti. Cuanto más te muevas más posibilidades le darás al compañero y más posibilidades tendrás de que te den el pase. Pero ese movimiento genera necesariamente un desorden. Estoy harto de oír que todos los entrenadores quieren orden. Equipos ordenados. Orden para acá, orden para allá… Yo creo que un equipo tiene que desordenarse. ¿Dónde está el quid de la cuestión? En que tiene que estar desordenándose y ordenándose continuamente. El mejor es el que se desordena y es capaz de ordenarse para que el contrario no aproveche ese desorden. Porque si todo es orden, orden, orden… ¿Cómo sorprendemos? Con el talento individual, vale. Pero tu capacidad como equipo se ve mermada. Por ejemplo: el orden sería lateral, central, central y lateral. Eso está ordenadito. Pero si un central sale a presionar al medio campo se genera una zona que es un desorden táctico. Si ese desorden no lo vuelvo a ordenar sí soy vulnerable. Entonces cojo un lateral y lo cierro en función del balón. Así mi desorden pasa a otra zona más alejada”.
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